miércoles, 26 de agosto de 2009

Carta a Milena

Yo, alimaña de bosque, antaño, ya casi no estaba más que en el bosque. Yacía en algún sitio, en una cueva repugnante; repugnante solo a causa de mi presencia, naturalmente. Entonces te ví, fuera, al aire libre: la cosa más admirable que jamás había contemplado. Lo olvidé todo, me olvidé a mí mismo por completo, me levanté, me aproximé. Estaba ciertamente, asustado en esta nueva, pero todavía familiar, libertad. No obstante, me aproximé más, llegué hasta ti: ¡eras tan buena! me acurruqué a tus pies, como si tuviera necesidad de hacerlo, puse mi rostro en tu mano. Me sentía tan dichoso, tan ufano, tan libre, tan poderoso, tan en mi casa, siempre así, tan en mi casa...; pero, en el fondo, seguía siendo una pobre alimaña , seguía perteneciendo al bosque, no vivía al aire libre más que por tu gracia, leía, sin saberlo, mi destino en tus ojos. Esto no podía durar. Tú tenías que notar en mi, incluso cuando me acariciabas con tu dulce mano, extrañezas que indicaban el bosque, mi origen y mi semblante real. No me quedaba más remedio que volver a la oscuridad, no podía soportar el sol, andaba realmente extraviado, como una alimaña que ha perdido el camino. Comencé a correr como podía, y siempre me acompañaba este pensamiento: "¡Si pudiera llevármela conmigo!", y este otro: "¿Hay acaso tinieblas donde esta ella?" ¿Me preguntas como vivo? ¿Así es como vivo?

Franz Kafka

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